Tierra de Heroínas

Calle Heroísmo, Zaragoza

Algo debe tener un lugar en el que su héroe no es héroe sino heroína. Aquí, en Zaragoza, las mujeres llevan el feminismo grabado a fuego lento como parte de una historia que tiene nombre de mujer.

Y así, con esta idea haciendo eco en mi azotea, me pongo a caminar por una calle que solo por el nombre merece ser transitada: Heroísmo.

Podría haber elegido cualquier otra: el paseo de la Independencia, la plaza de Los Sitios, o las calles Asalto, Dos de Mayo o Agustina de Aragón. Todas ellas tienen el regusto de la cabezonería aragonesa y de unas cuantas mujeres diciendo que, puestos a pelear, ellas peleaban igual que ellos. Y que, si hacía falta, se batían a cañonazos con cualquier franchute que amenazara, aun sin saberlo, aquello que es tan nuestro: el orgullo.

Pero elegí esta por resistir impasible cada jueves el asedio de la rutina, y hacerlo como si no quisiera ganar nada con ello, ofreciendo en sus pizarras “caña y tapa a un euro”.

Todavía no es la hora del juepincho, se diría más bien que es la hora de las parejas: 19:30. Por eso, voy a caminar despacio, voy a dejar que la calle me sorprenda, que cambie el paisaje a ritmo de caña. Esperemos que este viaje no se nos haga largo.

En Heroísmo se arremolinan los modernos y se camuflan los pijos, en un ambiente que en poco gusta y en mucho cansa. Bares con bicis colgadas, caballos de batalla de un ejército de hipsters. Veo muchos hombres de esos que han dado un giro con doble loop, pasando de hooligans del heavy metal a padres con carrito. Lo adivino por esa coleta, que se mantiene heroica ante el paso del tiempo, sabiendo que este ya no es su lugar ni su momento, pero que se ha convertido en recuerdo vivo del que fue rebelde.

Avanzo un poco y me encuentro con aquel sitio de hamburguesas, pintado de turquesa, donde una noche hicimos de la franqueza un exceso de amistad.

De repente, una tienda con solera, o no, pero lo aparenta. En esta calle todo parece ser así. No sé si es antiguo o lo aparenta, si es moderno o moderneta.

Pero me gusta porque es peatonal, porque huele a nuestra historia y porque cada jueves nos concede el asilo a los tres de siempre y nos permite dejar en sus bares nuestras penas a deber.

Y sigo con aquella idea en mi cabeza y me pregunto si la historia hace mella en su gente.  Como si lo mirara desde fuera, observo a mis amigos sitiados justo a un palmo de la barra, veo gente morir y matar por la última tapa, cruzadas en cada esquina por sillas sin dueño. Pero, sobre todo, veo mujeres que exhiben orgullosas su perfecta imperfección, como si supieran que son herederas de un legado de valentía y feminidad a la aragonesa, y pienso que esta fue, es y será tierra de heroínas.

Un paseo de Carlota Casaus.

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