Parar el tiempo

Calle Triana, Las Palmas de Gran Canaria

En Las Palmas hay muchos lugares que son amalgama de tiempos distintos. La calle Triana es un gran ejemplo, donde los balcones coloniales se descuelgan arropando las aristas de una calle mayor que llegó a tener tranvía (solo quedan, en un trozo, los vestigios de una obra pública mal planteada). Decir que está viva siempre es cierto y falso a la vez: la mayor parte del año, a lo que atienden las baldosas en cosmogonía es a escuchar a los viejos en los bancos, que madrugan para mirar a los ojos abiertos de la calle. El cuponero eterno que desde febrero se perfuma para cantar la lotería de Navidad. Los bochinches, cada vez más refinados, y las pastelerías que hacen historia. El día en una vida normal de esta calle, que une el casco viejo de Vegueta (saltando el secano del barranco Guiniguada, hoy asfaltado hasta cumbre arriba) con el inicio portuario de Las Palmas. Las calles estrechas que persiguen la avenida aunque se encierren en cirros para escapar del ruido de coches y barcos.

Pero en momentos concretos, regurgita pasión y se despipota. Encumbra fiestas populares, empezando por esa noche de Reyes en la que el callejón Lagunetas exhuma vaharadas de sardinas fritas, la calle en plenitud, y el humo que asciende hacia el cielo simula el frío, aunque rara vez lo condena. Entonces parece Navidad. O, si no, febrero. Los Carnavales son de esas excepciones sagradas en las Canarias donde se consiente que una calle quede pringosa. Ya no del botellón sino del lanzamiento de harina para celebrar los Indianos, fiesta que tiene más de cien años y que reúne a la gente vestida de blanco para recordar la vuelta de los que viajaron a América. Eso sí, se pasaron al polvo de talco porque la harina tupe las cloacas. Y hoy la gente va hasta con gafas de buceo para evitar que se les rebocen las legañas. Pero sigue orbitando como núcleo de la ciudad, recta y tranquila, sin serpentear como las carreteras de lo más profundo de la isla.

Ojalá fuera animosidad todo el tiempo. En ocasiones, y si uno la visita de Pascuas a Ramos (no literalmente), puede darse cuenta de que algo está cambiando. Ya no es la calle para parar porque encuentras a alguien a quien no buscabas. Ahora el propósito está escrito en los carteles de las rebajas, en los recados y en el leitmotiv navideño que muchas veces confunde las cosas. Comentarios tal vez a raíz de la nostalgia estúpida de las fiestas, pero ha permutado el civismo dentro del jolgorio. Hacen falta causas de fuerza mayor (reductos, casi) para volver a disfrutar de los espacios y esa comunidad que puede conciliar tradiciones con espacios de cambio. Quizá estemos más ocupados. Quizá la tengamos muy vista. Pero antes, a pesar de ser un pasadizo, los vericuetos eran suficiente motivo como para pararse y vivir. La prisa es mala consejera, pero no se rige por los horarios de las tiendas. En el ritmo frenético en que vivimos dentro de la ciudad podríamos pensar en detenernos y sentarnos en un banco. No hace falta madrugar como los viejos, ni llevar como alguno el cachorro tradicional. Pero a lo mejor parando el tiempo podremos recordar por qué una calle es más que la suma de sus baldosas y que, para existir, necesita seguir siendo un refugio para su gente.

Un paseo de Pancho Rebollo.

Hemos preparado un acceso molón a cada una de las canicas, pero lamentablemente falla en el móvil. Mientras lo solucionamos puedes acceder a cada ciudad también desde aquí: Andalucía, Aragón, Asturias, Baleares, Bruselas, Canarias, Cantabria, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Cataluña, Ceuta y Melilla, Comunidad Valenciana, Extremadura, Galicia, La Rioja, Los Ángeles, Madrid, Murcia, Navarra, y País Vasco.

Andalucía Aragón Asturias Islas Baleares Bruselas Islas Canarias Cantabria Castilla-La Mancha Castilla y León Cataluña Ceuta y Melilla Comunidad Valenciana Extremadura Galicia La Rioja Los Ángeles Madrid Murcia Navarra País Vasco