Entre muros

Rue Haute, Bruselas

Dos banderas dan la bienvenida al bar Le Petit Lion. De un lado, el rojo, amarillo y negro de la enseña belga caen desde el techo hasta prácticamente el suelo. Del otro, una tela más discreta muestra el orgullo por el Union Saint-Gilloise, el equipo de fútbol del barrio más cercano. Ya fuera del local, la rue Haute exhibe otro estandarte que es incluso más representantivo de Bruselas: a lo largo de su kilómetro se repiten una y otra vez el amarillo y el azul de las vallas de obra. Zanja: azul y amarillo. Otra zanja: azul y amarillo. Una nueva más adelante: azul y amarillo.

No existen archivos que acrediten que la capital belga alguna vez estuvo libre de obras. Si alguna vez ocurrió, tuvo que ser motivo de fiesta. Cerveza y frites para todos. Las tiendas de recuerdos, además de miniaturas del Atomium y del Manneken Pis, deberían ofrecer a los turistas pequeñas reproducciones del elemento más repetido de la ciudad. Es visión de negocio. Ni siquiera se libra de las obras una de la calles más antiguas de la ciudad, la más larga del “pentágono” (el núcleo central de Bruselas), construida, dicen, sobre una antigua calzada romana.

Serpentear de una acera a otra es obligatorio para recorrer toda la rue Haute y su festival de comercios. Bares, restaurantes, pescaderías, queserías, peluquerías, tiendas de muebles y decoración, antigüedades. A esta calle puedes ir a hacerte un tatuaje, pero también a comprar vajilla y cubiertos al peso o a comer en un libanés. No siempre fue así, claro.

Arteria principal del barrio de Les Marolles, era una de las salidas de la ciudad en plena Edad Media cuando cobijaba a artesanos, comerciantes y órdenes religiosas. Quedó emparedada entre el primer perímetro amurallado de Bruselas, construido en el siglo XIII, y el segundo, erigido un siglo después, para después servir de hogar a la clase obrera nacida con la Revolución Industrial.

Las murallas de Bruselas ahora son un simple recuerdo, pero la rue Haute demuestra que existieron. Por eso une la iglesia de Nuestra Señora de la Capilla y Porte de Hal, una de las siete puertas que componían el segundo cinturón defensivo y la única de ellas que sigue en pie. Antaño fue cárcel, pero ahora sirve de museo.

Los bruselenses, sean de donde sean, empiezan a poblar los bares de la calle. La paz se rompe con la sirena de una ambulancia que no puede avanzar: un coche se ha quedado cruzado en la calzada tras rozar su carrocería con una valla, de esas azules y amarillas. Todavía resiste cerrado el Cabraliego, un mítico mesón asturiano que no tiene muy contento a todo el barrio: “Buenos días! El olor de pescado frito el fin de semana nos fastidia mucho. Si continúa así vamos a llamar a la policía. Tiene una cheminée?”, dice una nota en su puerta. “Sí, quién es usted?”, contesta, en principio, alguien del bar.

Un paseo de Antonio Suárez-Bustamante.

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