Bravo Bullicio

Calle Bravo Murillo, Madrid

Si este texto fuera redondo el 100 Montaditos de la calle Bravo Murillo estaría en el número 100, no en el 98. Pero si este texto fuera redondo, no sería sobre Bravo Murillo. Porque el tramo norte de la calle, la columna vertebral del distrito Tetuán de Madrid, desde la frenética Glorieta de Cuatro Caminos hasta las famosas Torres Kio de Plaza Castilla, es el resultado de la tensión entre su forma y fondo: una avenida de doble sentido con cuatro carriles rodeada de un frenesí constante de personas.

En el comienzo de todo dirección norte, Cuatro Caminos, no se baja la persiana. La comida rápida, 24 horas. El supermercado, 24 horas. El bar, refugio habitual de taxistas, hasta bien entrada la noche. Cruce de direcciones, nunca una rotonda tuvo tanta vida (y sentido). Es sábado por la mañana y en las aceras se ofrecen flores y aguacates; también guía espiritual cortesía de los Testigo de Jehová. Los repartidores de nuevas plataformas y viejos abusos se agolpan con sus bicicletas y motos frente a la ventanilla del McDonald’s. Alguno, alforjas incluidas, se marca un caballito en la acera al ritmo de la música que sale de su altavoz portátil. Los patinetes, volcados o no, invaden la acera entre un quiosco de prensa y la boca del metro.

Unos llegan y otros se van. Taxis, VTC y autobuses aprovechan también la glorieta para su particular carga y descarga. Todo se satura, pero todo fluye. Cada persona, desde quien va a comprar hasta quien va a la iglesia, encuentra su salida. Muchos suben por Bravo Murillo. Gente que camina, gente que compra, gente que consume. Esta Gran Vía popular, antaño repleta de cines, funciona hoy como un palimpsesto de usos y costumbres. La calle combina tiendas de ropa de grandes cadenas con otras de muebles “de madera y mimbre”, bares de parroquianos con franquicias de helados en gofres imposibles. Los edificios tampoco se salvan. Cuatro alturas, cinco, cuatro, dos, dos, tres.

En el número 120, el letrero de los cines Cristal da fe de un ocio cada vez más secuestrado por grandes superficies y periferias en beneficio de otro dudoso disfrute: el gimnasio. En el 122, la entrada del mercado Maravillas, uno de los varios corazones del lugar, acoge buena parte de los viandantes. Calle arriba, señoras de toda la vida, jóvenes con los pantalones caídos y más de uno que simplemente aprovecha un banco en la acera para cazar algo de sol tras una semana de lluvia continua. Parada en el número 160. El edificio del antiguo Cinema Europa, de 1928, conserva parte de su ímpetu arquitectónico. Hervidero político del Madrid de los años 30, fue escenario de grandes mítines de todo color y del máximo nivel para convertirse después en ateneo libertario, checa, de nuevo en cine y, hoy, en macrotienda de saneamientos. En la acera de enfrente, a no mucha distancia, un escaparate cerrado conserva varios carteles electorales de las últimas elecciones con los candidatos de Izquierda Unida. Justo encima se lee, en letras grandes, “Outlet. El azar también es el mensaje. Bravo y bendito bullicio.

Un paseo de Jose Carlos Sánchez.

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