Regresos

Alicante

Siempre elegíamos el mismo camino. Alicante, sobre un mapa, tiene forma de abanico abierto. O de palma de palmera, ya que nos ponemos mediterráneos.

Nuestro camino de vuelta siempre empezaba en el núcleo de esa palma para volver por una de esas ramificaciones de esta ciudad. Siempre cuesta arriba, como si nos pusieran difícil marcharnos.

La bulliciosa Plaza de los Luceros, pleno corazón de Alicante, sobre todo en sus fiestas, se convierte por la noche en un lugar que a mí me parece lúgubre. Será su iluminación amarillenta, de callejón peligroso, que pierde la partida contra la radiante claridad del día.

No obstante, me gusta pasear por aquí. De día y de noche. A las 12 del mediodía, el Paseo del General Marvá es una mezcla de ejecutivos trajeados y carritos de la compra en dirección al cercano Mercado Central. Y jubilados que los miran. Luz, color, vida. Los fines de semana, además, se llena de preadolescentes a los que sus padres están dejando salir por primera vez, siempre hasta las once de la noche.

Ellos dejan lugar a otro tipo de jóvenes. Según la hora, bajan con ganas hacia los bares del centro, o vuelven a casa, cuesta arriba, con movimientos casi de muertos vivientes. Es un peregrinaje del que he formado parte cientos de veces.

En un momento dado, el camino vira a la izquierda para coger la calle Jaime María Buch, cruzar la Plaza del General Mancha y tomar la Avenida de los Condes de Soto Ameno.

Casi sin darte cuenta, has saltado la frontera entre el centro de la ciudad y San Blas. El cambio es cuestión de segundos. El barrio parece mantener su espíritu original. Las primeras casas se levantaron para los trabajadores ferroviarios después de la construcción de la estación de tren, a mediados del siglo XIX. Hoy, el barrio mantiene el alma obrera.

Por el día, el ecosistema puede parecer el mismo, pero hay diferencias que, basta con fijarse, están ahí. La heterogeneidad del centro se convierte, aquí, en una secuencia de vecinos que, aunque no se saluden, sabes que se conocen y que encajan perfectamente con la estética del lugar, de bloques de pisos más humildes. Las franquicias comerciales y hosteleras son, ahora, pequeñas tiendas locales que mantienen su esencia y, cómo no, todo un conjunto de bazares chinos y kebaps. Uno de estos últimos ha sustituido desde hace unos años a una mítica hamburguesería que abría, en noches de fiesta, hasta las seis de la mañana. Al forastero le puede sorprender este dato, porque justo enfrente, a izquierda y derecha, hay otros dos locales de hamburguesas, que también abren hasta casi el amanecer y que, como la primera ya extinta, están regentados por subsaharianos. Cuentan que Joaquín Sabina o David de Gea pasaron por aquí.

En Condes de Soto Ameno, una calle de dos carriles y un sentido pero denominada avenida, siempre me llama la atención, por su olor, una floristería. Su aroma te persigue varios metros. La estación término de este recorrido es la parroquia del barrio, una especie de cruce de caminos que desemboca en la Avenida del Doctor Rico, y que contiene en sí mismo este templo, un instituto, y bares que llenan sus terrazas siempre con la misma parroquia, valga la redundancia. Pura esencia de barrio.

Un paseo de Miguel Palazón.

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